Habrá que escribir algo para no dejar el mes vacÃo…
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Se acercaban los dos meses en Madrid, y me sorprendió la facilidad con la que readoptaba costumbres perdidas que, en mi opinión, no eran muy sanas. Y no sólo se trataba de cosas relativamente desdeñables como ver la televisión, aguantar despierto hasta las tantas (fomentando el insomnio) o ser más antisocial…
También aspiraba a cambiar la espiral autodestructiva de ‘la vuelta a la casilla de salida’. Pero no resultaba fácil; y no sé porqué… es ya un hábito. Al menos seguÃa siendo un poco menos caótico que años antes.
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La semana anterior al viernes 13 demostró que la tendencia parecÃa ser negativa. Parecà concluÃr que sólo podÃa hablar de estupideces, ofender a la gente, y no conectar con nadie. Aunque afortunadamente, seguÃa manteniendo bastante humor, y al menos, cada vez me echaba menos para atrás la vergüenza. Supuse que esas dos facultades, que tenÃan tantas connotaciones negativas como positivas, las habÃa ganado en los últimos años. Me preguntaba cúantos meses en Madrid necesitarÃa para perderlas.
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La vergüenza, en un amplio aspecto. La imposición social limita bastante… Salvo en algunas excepciones (en las que la timidez es un arma muy eficiente), suele ser el motivo de que ciertas cosas salgan mal.
Por ejemplo, cuando antes de cantar uno se rÃe, o canta pretendiendo cierta pseudocomicidad… esa reacción es meramente defensiva, que no es que cantar sea un descojone en sà mismo. Lo que no nos permite cantar en el bus, ¿es sólo el respeto a la gente? Más importante parece ser el factor vergüenza. O cuando no demostramos que alguien nos puede atraer.
Recuerdo cuando intentabamos hacer cortos delante de la videocámara, que no se paraba uno de reÃr sin que hubiese un motivo lógico.
Vergüenza. En ocasiones, no merece la pena.
En fin, por eso me alegré en el fracaso.
 Apophysis
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